Licencia

La propiedad intelectual es un derecho bastante controvertido que requiere un profundo y extenso análisis entre todos y por qué no decirlo, algunos retoques. Probablemente porque desde sus orígenes, que no se remontan precisamente a ayer, el término responde a los muy variados intereses de múltiples agentes que aspiran a llevarse la mayor parte del pastel o al menos la más jugosa.

Entre todos ellos se encuentra el más regenerado en la actualidad, el sujeto que ha venido a llamarse usuario, para dejar de ser así consumidor, público. Como si de ese modo el nuevo discurso tratase de borrar cualquier posible rastro de relación comercial. Como si satisfacer necesidades o deseos no fuera con él. Como si un conjunto de personas ya no participaran de unas mismas aficiones o con preferencia concurrieran a un determinado lugar. Como si a pesar de esas ambigüedades tan sólo existiera una experiencia única e irrepetible. Y eso, a mi parecer, sobrevalora demasiado los actos y gustos particulares de uno mismo puesto que, individualmente, no toman sentido por sí solos a menos que de esa experiencia se obtenga una colaboración. Y lo cierto es que, a nuestro pesar, continuamos formando parte de audiencias, ahora quizá más pequeñas y fragmentadas aunque más globales, que constan de miembros que comparten gustos exactos por determinados objetos culturales. Sí, amigos, hasta Lars von Trier realiza objetos culturales de consumo y por todos es sabido que tiene la fea costumbre de recibir una retribución especial a cambio (en ocasiones incluso premios) y no por apretar tornillos. Estaremos de acuerdo con la expresión de que en este mundo nada es gratis.

Curiosamente este agente simultanea el rol de público/receptor con el papel de usuario/emisor que, aparentemente, no conoce sus derechos ni se responsabiliza de ellos. Reclama libertad, pero obvia el propio ejercicio que de la libertad realiza el autor (a veces él mismo) para hacer con lo que considera de su propiedad, fruto de su esfuerzo, lo que le plazca o resulte más productivo en función tanto de sus intereses, como de los de sus colaboradores, intermediarios o terceros y de su propio público.

En vez de revindicar el todo gratis, sin reflexionar acerca de las consecuencias que ello implica, ha llegado el momento de asumir la responsabilidad de nuestro papel como consumidores/productores de contenidos culturales y exigir precios justos para ciertos canales de distribución y exhibición.

Y es que, el autor no nace, sino se hace. La naturaleza de la red puede consistir en  un hacer entre todos y para todos. Sin embargo, resulta imprescindible algún tipo de reconocimiento o protección del esfuerzo, sin el cual se agotarían los incentivos a la creación.

Me encuentro a favor de fomentar proyectos de comunicación digital  bajo un entorno de cooperación, que según la definición de la RAE  consiste en:

«Obrar juntamente con otro u otros para un mismo fin»

            De ello interpretamos que es posible obtener beneficios justos para todos, ya se trate de cobrar por un trabajo o de gozar con la lectura, disfrutar con una película o serie, divertirse con un videojuego por un precio razonable, que no tiene que ser monetario… siempre y cuando se asuman las condiciones que establece el autor.

En el caso de este blog se ha escogido un modelo de licenciamiento Creative Commons. Para ser más concretos el de Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España (CC BY-NC-ND 3.0).

Los productos y servicios han aumentado en número y naturaleza, resultando prioritario un modelo de licenciamiento más adaptable y flexible a unas condiciones en constante evolución. Considero los Creative Commons más apropiados para cumplir esa función porque el autor podrá elegir con mayor libertad qué hacer con su obra sin sentirse presionado por los intereses del resto de agentes que intervengan en el proyecto.

Resulta incuestionable la necesidad de trasladar una valoración positiva de las distintas ramas profesionales que se aglutinan bajo la creación y desvincular la asociación que se realiza de ellas como élites defensoras del conocimiento que controlan el acceso a la cultura o la determinan.

Olvidémonos del concepto Romántico del artista atormentado, famélico y pálido aunque satisfecho hasta los huesos por ofrecer al resto de mortales el prodigio de su genio. Conservemos la idea de que a diferencia de sus predecesores, ya no era ni siervo, ni lacayo, ni criado. No se debía ni a reyes ni a nadie más que a sí mismo. Simplemente obtuvo la libertad al fin y al cabo para decidir. Ése es su verdadero legado.

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